Cuales restos de Babilonia por la Mesopotamia regados, siente su cuerpo quebrantado después de haber andado hasta el cansancio salvando sobras y pedazos de viejos sueños legados, arruinados por mesianicos que solo dejaron daños. Vaga solo y cabizbajo y sube peldaño a peldaño las escaleras del barco donde se cobija a diario de las mordidas de cráneo y de los malos ratos. De las sombras que ha matado acorralado, a tiros y galopando sobre Unicornios blindados, sangrando como los temerarios y rispostando por los flancos.

– ¡Pero hoy se siente gastado y recargado; y solo atina a la quietud que atrae pensarlo…!

La madera curva y recta del caracol que ha montado, predice que la escalera hasta su piso ha llegado, que se ha acabado el calvario del sinfín de pasos dados hacia arriba y sin pararlos. Y frente a la puerta de su ático, igual predice el descanso, como un acto consumado respetándolo. Admite que perdido el campo de nada valen los árbitros, sus piernas tiran zapatos que conocen el itinerario de los paseos más largos. De las abejas libando tomó los besos robados; y de la sangre del Diablo la intimidad del pecado cárnico.

– Y ha dejado a sus contrario la proporción indirecta y las cuentas de pasados no bregados.

― En fin, no oye, no mira, no huele la luz del tabaco, ni hace caso a quienes lo cruzamos bajando. Ha pasmado de ironía al saberse realizado; y al haber llenado sacos con sus años.

– ¡Y hasta la llave en su puerta hoy ha olvidado, por contemplarse al armarlos, caminando!

– Mientras sonríe recostado y aún pensando, esperándonos.